Carta de Verne a Ernest Genevois hacia 1855
Bravo, viejo amigo, tu encantadora carta me ha entusiasmado; seré cornudo; pues viva la cornamenta, así no me diferenciaré de los maridos de todas clases más que en haber estado perfectamente prevenido antes de casarme.
No Ernest, no voy a decirte que no me casaré. Lo que sí te diré, Ernest, a ti que pretendes que seré un buen cornudo, es que eso me importa un cuerno. Además, es un buen ahorro de “fornicio”. El amante de una mujer casada economiza a su marido un doméstico y dos sirvientas. El amante de una mujer casada vale por un ingreso neto de mil escudos para el matrimonio. Es el factotum, el pagano del hogar doméstico, y habría que tener 40.000 libras de renta, al menos, para desaprovechar una fortuna semejante, es como si un teatro se quejara de ser subvencionado.
Has olvidado una cosa, Ernest, y has cometido un grosero error en medio de las grandes verdades que me asestas, y es que yo no cargaré con la primera muchachita que tenga unos buenos ojos y una buena pechuga, si su pechuga no tiene esperanzas y sus ojos no tienen una perra.
La pechuga es algo importante, lo confieso, cuando se está junto a ella, pero es también menos que nada cuando uno está a cientos de leguas, pues no tengo la pretensión de que mi mujer tenga una espetera de Quimper a Lons-le-Saunier. Preferiría incluso que tuviese una teta de menos y una propiedad de más en la Beauce, una sola nalga y unos buenos pastizales en Normandía. Así soy yo: un castillo y un corazón.
Por otra parte, me dices, Ernest, que todas mis conquistas se han reído de mí. Bueno, sin eso ¿dónde estaría el placer? Balzac lo ha dicho y lo ha demostrado, que más vale ser abandonado por una mujer que abandonarla. Trata de hacer comprender eso a las jóvenes y vulgares muchachas a las que honras con tus bondades.
También pareces creer que no soy capaz de hacer conquistas. ¡Anda, desmemoriado! Se ve que has olvidado las mejores casas de la calle d’Amboise o de la calle Monthyon, en las que se me recibe como al niño mimado, qué digo, como al niño podrido de la familia. ¿Acaso no se me ama allí por mí mismo, cuando encuentro la ocasión de dejarme unos cuantos luises? ¿O es que crees, si no, amigo mío, que el dinero es el único móvil de esos puros afectos? No, sin duda, y el día que me presente en esas castas mansiones sin una perra, me pondrán de patitas en la calle, y con razón. Como ves, he hecho conquistas como cualquier otro.
Releyendo tu carta, he encontrado efectos de estilo muy logrados, y te felicito. Es una promesa para la tribuna. Hablar de tribuna me lleva naturalmente a la elocuencia, y de la elocuencia al abogado no hay más que el rollo de papel...sobre el que éste escribe, corrige, tacha y retacha discursos improvisados.
Al abogado le diré: haces frases en tu carta. Dicho esto, voy a confiarte un nuevo argumento procesal, nuevo y que he encontrado yo mismo. Se ha observado que casi todos los crímenes son cometidos por personas estreñidas. En efecto, no hay nada más benigno que un hombre que sufre diarrea. Así, si logras demostrar que tu cliente tenía cagalera en el momento del crimen, demostrarás fácilmente que no lo cometió. El medio de probar su diarrea es someter sus materias al examen del tribunal, haciéndolas pasar ante los miembros del jurado por el ujier de servicio. Te lo confío en secreto, haz uso de esta prueba con moderación.
Ahora, si me preguntas por qué te hablo así, te lo diré. Me acusas de ponerme lavativas. Ahora bien, de la lavativa a la cagalera no hay más que la mano de papel para limpiarla, así, pues, hay que concluir que tengo necesariamente descomposición. ¿Y eso qué prueba? Pues que tengo un carácter naturalmente débil como un cólico y fácil como una diarrea. ¿Y qué cosa mejor para hacer la felicidad de una mujer incluso de dos?
Así, pues, mi joven esposa, que habrá extraído sus principios del libro de la sabiduría, no se asustará de encontrar una lavativa entre sus regalos de boda, sobre todo si va enriquecida con un diamante, y la tratará con mimo, pues en ella verá la garantía de su bienestar futuro.
No hablemos mal de la gente que sufre de descomposición. Ahí tienes al tío Dumas, con cagalera desde hace dieciocho años, y es nada menos que Dumas padre.
Yo me lavativo con fuerzo durante estos últimos años, pues tengo que me remediar un grave inconveniente: se ha descubierto, que mi trasero no cerraba bien, que deja pasar el aire, y hay que ponerles burletes.
Te aprieto el tuyo,
Jules Verne