Capítulo I

Muchas personas sienten una verdadera antipatía hacia los cazadores, y no les falta completamente la razón.

Quizás provenga esa antipatía de ver que los citados aficionados a la caza no sienten el menor escrúpulo en matar con sus propias manos a los animales que luego han de comer.

Quizás provenga, y creo que esta razón es de más peso que la anterior, de la gran afición que tienen casi todos los cazadores a referir sus aventuras, vengan o no a cuento.

Hace más de veinte años, fui culpable del primer delito. Cacé, si, cacé, y en castigo voy a ser culpable también de la segunda razón contando mis aventuras de caza.

¡Ojalá que este relato verídico y sincero quite para siempre a mis semejantes la afición a correr por los campos, de la ceca a la meca, seguido del perro, el saco a la espalda, la cartuchera en la cintura y el fusil al brazo! Sin embargo, no lo espero.


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